Escuchando a la Contralora Dorothy Pérez en ENADE, hubo algo que me hizo mucho sentido, cuando señalo que Chile ha crecido, y con ese crecimiento también han crecido nuestras necesidades… Es decir, tenemos más población, más ciudades, más demanda por salud, educación, seguridad y servicios básicos; y si todo eso aumenta, ¿Cómo alguien puede pensar que la solución es despedir funcionarios públicos?
Últimamente he escuchado a algunos candidatos repetir una y otra vez, que hay que “Reducir el Estado”, como si disminuir la cantidad de funcionarios públicos fuera sinónimo de eficiencia; la verdad que esa mirada es simplista y peligrosa.
Me permito recordarle a estos señores candidatos que el Estado no es una empresa privada, su función no es generar utilidades, sino servir a las personas; a nuestros usuarios, y para eso se necesita personal, equipos, profesionales y presencia en el territorio.
Pero esto, no significa defender a los malos funcionarios ni a los “becados de siempre», esos que se acostumbran a cobrar sin rendir ni aportar. Es este tipo de comportamiento que daña y desprestigia al resto del servicio público.
Lo que se defiende es el valor de quienes sí trabajan, muchas veces con sueldos bajos y alta exigencia, sosteniendo hospitales, escuelas, oficinas municipales y controles fronterizos.
No se trata de llenar oficinas ni de justificar cargos innecesarios, se trata de entender que un país más grande, más diverso y con más desafíos necesita un Estado capaz de responder… Si aumentan las enfermedades, los delitos, las emergencias climáticas o la fiscalización ambiental, se necesitan más manos, no menos manos.
Reducir el número de funcionarios no soluciona los problemas, al contrario, los agrava. Termina saturando los servicios, alargando las filas y debilitando la confianza ciudadana.
La eficiencia del Estado no pasa por la cepilladora, sino por mejorar la GESTIÓN, modernizar los sistemas y profesionalizar el trabajo público.
Al finalizar esta columna de opinión, les recuerdo lo señalado por la contralora: «el dinero público no tiene color político, tiene destino ciudadano. Y para cuidar ese dinero, para que llegue donde debe llegar, hacen falta más controles, más fiscalización y más compromiso, no menos funcionarios.
Un país que crece necesita un Estado que esté a la altura, no se trata de reducirlo, sino de hacerlo mejor, más transparente y más humano… Lo demás es discurso fácil para ganar aplausos, pero no sirve a la gente más vulnerable que todos los días depende de un servicio público que funcione.